Año de nieve, bienes a montones…

Relato enviado por Marisa Gea para la convocatoria «Historias de la nueva normalidad».

Hoy nieva como hace mil años y es algo extraordinario. Quería escribir, pero me entrego al disfrute del paisaje blanco todo el rato. Abducida desde ayer detrás de los cristales de  mi ventana. He dado un largo paseo por la ciudad de Cervantes, mientras los copos caían sobre el paraguas, rojo como la sangre, protegida entre las calles que no se veían, ni  aceras ni rotondas ni nada… maravillada. Y felicito a mi amiga que cumple años, Maravillas, cuya madre no podrá darle un tirón de orejas encerrada en su casa de la calle Canillas. Perimetradas cada cual consigo misma. Y recordamos otro nueve de enero pasado cuando, también, Madrid se quedó congelado entre sus calles y carreteras colindantes. Paralizada.

Nieva y me he puesto contenta. Deseé cuando las uvas de Nochevieja que fuera un año especial y saludable y que los Reyes Magos vinieran cubiertos de nieve, blancos e iluminados, protegiéndonos, con sus capas, de cualquier otro virus que se fuera acercando. Que nieve, pero no tanto, le decía a mi hermano Paco, cuando he sabido que su hijo se ha quedado encerrado en un avión varias horas sin poder despegar a su destino.  Y cuando sé que muchas familias no tendrán luz para calentarse todo lo larga que es la Cañada.  Veo a los trasportistas que siguen en la carretera sin poder ponerse en marcha. Los que traerían el periódico que no he podido leer esta mañana, ni el pan recién hecho para las tostadas, ni nada. Y un tronco ha caído sobre una furgoneta al lado de nuestro coche, aparcado cerca del parque. Los bomberos, afanosos, siguen trabajando en su rescate. Lo lamento, solo pedí un poco e nieve.

Hoy nieva y quería detenerme un rato antes de seguir con mi tarea y contármelo. Es algo novedosos y raro. Pero desde hace tiempo todo es extraño; el virus, el encierro, los contagios, y empezamos el año llenando de deseos mágicos nuestros zapatos y es por eso que la nieve nos inunda a nuestro pasos, como un gran milagro. Excesiva.

Hoy nieva y lo repito como un mantra, porque necesito llenar de blanco mis palabras. Resplandece toda entera entre el verde de las ramas y los niños juegan gozosos en la plaza. Su energía nos deja parados sobre el alfeizar de las ventanas y a través de los cristales nos reconocemos de nuevo, los vecinos asombrados, que durante este año  juntamos nuestras manos, cada tarde, para darnos  ánimos.

Hoy está nevando y a mi madre le recuerda su infancia, en otra nevada, limpiando los mondongos en la matanza, con las manos heladas sobre la pila, antes de hacer las morcillas. La nieve esponjará los terrones duros para la siembra y en sus nidos, las esbeltas cigüeñas, capearán el vendaval, al que están acostumbradas. Como si nada. Resistiendo. Cotidianas en las torres emblemáticas de Alcalá, bella, hoy más si cabe.

Hoy nieva y nos enviamos fotos de los sitios donde estamos y compartimos imágenes, detenidas un momento en las pupilas para no olvidarlas. El resplandor de los copos envuelve la negrura del ambiente, entre males y cabreos y les pone un lazo, empaquetando lo que ya no queremos y enviándolo lejos, a un tiempo pasado. Para poder disfrutar del Año Nuevo, más blanco, más claro, más mágico y saludable.