La voz hermana

Ya he dicho alguna vez que cuando voy a ver una obra de teatro para hacer una reseña me gusta ir con la mente en blanco. Por eso, la primera vez que vi esta obra solo sabía que La voz hermana trataba el tema de la transexualidad y que ya tenía una trayectoria en diversas salas con una buena acogida. En mi mente guardaba el pensamiento de que sería una buena obra, y mi único recelo era si tal vez no sería demasiado dramática, como podía ser de prever con un solo actor en el escenario y un tema tan complejo como delicado envolviéndolo todo. Me quedé corto.

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La voz hermana nos presenta a Natalia en un momento muy importante de su vida. Dejando atrás el Luisito de su juventud para visibilizarse como la Natalia que siempre fue, y como parte del tratamiento, la psicóloga le ha aconsejado visitar a su hermana vestida de mujer. Ese momento de gran presión para ella, en el que se junta emoción, ilusión y mucho miedo, sirve de catarsis ante un público que atiende a la narración de su historia.

En realidad la historia de Natalia no es muy distinta a la historia de muchas transexuales: una infancia y juventud marcadas por traumas, sueños, inquietudes, prejuicios, fallidos intentos de corrección… y una personalidad fuerte que lucha por ello y consigue liberarse con una fuerza que a veces flaquea pero siempre sale adelante. Aquí se nota la solidez del texto y dirección de Pablo Vilaboy, que nos mete dentro de esta historia compleja alejándose de una narración convencional e involucrando al público en la trama a través de las relaciones de la protagonista con distintos familiares, tanto vivos como ya fallecidos. Cuando Natalia ya se ha liberado, o al menos exteriorizado, de esos fantasmas de su pasado, es cuando vemos a la protagonista afianzarse más en sí misma y, sobre todo, hacerse dueña de su propio destino.

Ya he dicho que el texto (y la dirección) de Pablo Vilaboy es sólido. Y por sólido me refiero a un texto brillante que mantiene al público en vilo constantemente, con un excelente control del ritmo que nos lleva por distintos estados emocionales. Sin embargo, por lo que brilla esta obra es por la suma de talentos en la que es indispensable Alejandro Dorado. Su interpretación gana al público en los dos primeros minutos y este queda cautivo de su talento hasta el final, en el que se produce una gran ovación más que merecida. Provoca una tensión en el público tal que, cuando se produce algún momento cómico (que también lo hay), no se corresponde con la carcajada esperada porque el público está con un nudo en la garganta. En mi caso personal, tardé unos minutos en poder articular palabra tras salir de la función porque sabía que de abrir la boca se escaparía el llanto y, ya se sabe: los hombres no lloran.

En este tipo de temáticas siempre nos encontramos con alguien que dice “esto es solo para transexuales”. Y no niego que a una persona transexual intuyo que esta obra le llegará muy hondo: si yo mismo conseguí sentirme identificado con distintos momentos de la obra, ¿cómo no va a sentirse identificada una persona trans? Pero La voz hermana es una realidad narrada en primera persona para todos los públicos, y más para quienes no son transexuales, pues gracias a obras como esta es como se consigue algo tan importante para convivir en sociedad como es ser capaces de empatizar con quienes no somos nosotros. Esto aparte de que, como ya he dicho en otras ocasiones, el arte es para disfrutarlo al margen de etiquetas y prejuicios.

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Todavía estás a tiempo para disfrutar de La voz hermana… ¡Pero no te lo pienses mucho! Tras haber pasado por distintas salas, ha recalado en Teatro de las Aguas (c/ de las Aguas, 8 — Madrid) los sábados de febrero a las 18:30h. Todavía no sabemos si habrá más funciones, el teatro off tiene esa desgracia de la temporalidad extrema, pero desde estas líneas expreso mi sincero deseo de que La voz hermana tenga por delante un largo recorrido, pues aparte de ser teatro del bueno cumple con una labor social muy necesaria.