Relato enviado por Marisa Gea para la convocatoria «Historias de la nueva normalidad». Fotografía de Mike Swigunski en Unsplash.
Vuelvo a Madrid, después de unos días de playa, y paseo sus calles buscando la alegría en las caras de la buena gente que camina cada día hacía sus rutinas. Celebro el reencuentro con la familia en un sitio bonito porque es el cumpleaños de mi hija y rodeada de flores se fotografía con una gran sonrisa. Comemos en Rosi la Loca, por Huertas, original y bien atendido, comida muy rica, servida en divertidos cacharros de cocina. Piden un comentario positivo en las redes a ver si van llegando clientes y se sumen a sus ganas por salir adelante…
Paseamos sin prisa y llegamos a Sol, vacio todavía pues el calor aprieta y disfruto de este centro desahogado donde confluyen tantas calles con sus comercios abiertos pero sin ventas, a pesar de las buenas ofertas….Y llegamos a Gran Vía, donde han crecido las aceras para solaz y respiro de quienes pasean tranquilos por la calle, despejada de humos, y bancos para sentarse tan a gusto guardando las distancias convenidas. Todos con mascarilla. Me apena ver los teatros y algún cine aún cerrados, con anuncios luminosos de los estrenos que se avecinan. Para otoño, que ya estamos.
En Ópera se van animando a salir los madrileños a sus plazas y alguna terraza que otra sirve de descanso a sus paseantes. Pocos todavía. Hemos sido temerarios pero eran tantas las ganas de patear sus calles que no hemos guardado la siesta preceptiva en la meseta castellana. Volvemos por la plaza Mayor sin mimos y sin turistas y nos sentamos en Santa Ana a refrescarnos, no sin antes que nos digan si la mesa está desinfectada. Nos ofrecen con la carta, otro poco del frasco por si queremos limpiarnos las manos, no vaya a ser que hayamos tocado algo. Es raro, pero nos vamos acostumbrando. Al menos, la limpieza de los bares que llegue para quedarse.
Mientras tomo el té frio, veo a Lorca sosteniendo una paloma entre sus manos y mira preocupado El Español, cuyas puertas van abriendo despacio. Comienza la función después de varios meses cerrado. A ver si los llenamos, aunque sea con un aforo reducido y va saliendo adelante la Cultura que nos despeja la mente y nos alegra la vida.
Pasamos por el barrio de las Letras y llegamos al paseo del Prado y en busca de verde y un poco de fresco intento pasar al Botánico, pero no tengo reserva y ya no hay sitio para los paseos poéticos programados. La próxima, andaré más atenta. Sin paseo y sin poesía por la rosaleda, me conformo con ver su arboleda a través de sus barrotes gruesos. Y calle abajo, en Atocha tomo un tren donde no se puede guardar la mínima distancia de seguridad. Es lo que hay. Jóvenes que vuelven de su aventura por la capital mostrando unas zapatillas de marca que han comprado en un gran centro comercial.
Nos apeamos en Alcalá, donde este año ni ferias, ni mercado Cervantino, ni Don Juan, con una sensación extraña. La ciudad va despertando de este letargo haciéndose a esta nueva normalidad donde todo parece que está por empezar, y se ve en el entusiasmo de la buena gente que camina por la calle hacia su rutina habitual.