Relato enviado por Marisa Gea para la convocatoria «Historias de la nueva normalidad».
Comienza el mes de abril, el más cruel, decía Eliot, criando lilas de la tierra muerta, mezclando memoria y deseo…por eso me gusta. Es primavera y la vida se renueva. Es el mes de la palabra, de los libros, de Cervantes y del nacimiento de mi hija. Este año, si no lo impide el virus, podremos compartir este instante mágico. Renacidas.
Si llueve despacio, me alegra, porque el agua va empapando los campos y se llena de verde la pradera. El rio Henares, a su paso por Complutum, de nuevo limpio, trasparente y sin olores raros, deja ver los patos con sus retoños, inspeccionando el entorno, en fila, detrás de mamá pata orgullosa de sus crías. Los cauces se van limpiando poco a poco con mucha más cuadrilla, que van cortando tanta rama devastada por Filomena, que nos heló hasta la sangre. Pero iluminó las calles.
Y llega después de marzo, con su hora de propina. Sin querer recordar el aniversario que nos ha tenido asustados. Ni virus, ni atentados. Donde algunos trasnochados pretendían borrar las caras moradas y dejar mudas, a las mujeres que nos han marcado el paso. Sin conseguirlo claro, porque pintamos flores encima y bailamos a su altura.
Y es abril y estoy contenta porque está brotando una rama, tímida todavía, de mi preciado jazmín. Ese que no pude oler la primavera pasada, cuando mis sentidos andaban atrofiados y me conformé con ver sus capullos blancos enredados en mi ventana, luego en enero, petrificado de frio. No dejé de darle ánimos.
Este año sí, y me sabe el guiso con laurel y he podido degustar torrijas, las de siempre y las horneadas, que quedan más compactas pero igual de ricas. Claro que a mi madre no le han hecho gracia. Ella prefiere empapadas en leche y fritas, con el almíbar que deja el aceite de oliva. Enrabietada andaba estos días que puso sal en vez de azúcar y las tuvo que tirar a la basura. No me extraña. Tanto trabajo para nada.
Abril no lo para nadie y llega renacido en Pascua, tras la Semana Santa, que sin procesiones ni playa, ha llenado de gente las terrazas y los pueblos de montaña. Y han llegado turistas a vivir la movida como si no hubiera un mañana. Sobre todo franceses que estaban hartos de acostarse cuando las gallinas. Será por eso que nos echan a la calle de nuevo en mayo, como antaño, para defendernos de tanta osadía.
Pero ha llegado abril, que no nos lo quite nadie, y la alegría con él, y hemos comido en familia, y compartido película y palomitas y vuelven los abrazos cercanos como antes de estar encerrados. Como siempre que queramos querernos con manos enlazadas y sin prisa. Degustando el café y la manta, si refresca, en el sofá adormecidas.
Y nos vestimos de libros con palabras llanas de nuestros clásicos. Y se llenan los teatros, y poco a poco se van dando conciertos, con aforo reducido y exponen los amigos, iluminados cuadros. Vuelve el cine club con el festival de la palabra en la pantalla, con espacio entre dos sillas, sin codos a los lados, tan holgados, pero haciendo corrillos en la salida, a pesar del aviso. Cotorreemos con ganas, desde que andamos con máscara y la mirada nos habla.
Fue una clara tarde de melancolía. Abril sonreía. Como dijo Machado aquel día.