El tormento de Joaquín Sorolla y Bastida

Mi amada Clotilde:

Esta mañana al leer tu cartita se me derretía el corazón de cariño. Ayer pasé soñando contigo toda la noche. Me dices que me volverás a escribir la semana que viene, a muy tardar la siguiente. Deseando estoy de recibir tus palabras.

Ya estoy instalado. El estudio está muy bien. Tiene luz, espacio para todos mis bártulos, mi pequeño atrezzo como tú lo llamas. Te mando las señas al final.

Hace unos días fue la entrega de premios y no fui a recoger la medalla. ¡UN SECUNDÓN! ¡Pensarían que me iba a conformar con eso! Por aquí  me han tachado de soberbio y altivo. Me da igual. Tendré que ir a por el cuadro y ya tengo donde colgarlo. En la única pared sin ventanas. Seguiré trabajando en él. Es algo personal.

Mi Clotilde, tú me conoces muy bien. Sabes los planes que hice. El primero ganar, con toda la gloria y la magia que me cayera.

Sigo trabajando con la técnica del gouache, me parece la hermana mayor de la acuarela. Acorta la distancia entre la pintura de verdad y el encanto espontáneo de la acuarela, pero reuniendo las ventajas de ambas. Voy mejorando, con poquita agua para que no se desparrame.

Intento contarte cosas agradables pero estoy muy disgustado. Me evade el trabajo que hago para la Diputación. Me han dado un plazo. Y estoy terminando el encargo de Asís también. Aunque yo pinte en Roma, añoro La Albufera.

Leo y releo tu bonita carta, tus palabras: tienes que saber que los innovadores se quedan fuera del rebaño.

Cuando vengas aquí, viajaremos por Italia e iremos a París.

No dudes que te amo, será raro, será incompleto, pero es grande lo que siento.

Me despido de ti, mi xiqueta.

Affo.

Las señas: VILLA FLAVIA, 13. ROMA.

Antes de casarse, Joaquín y Clotilde tuvieron una correspondencia frecuente. Se carteaban, se contaban conocimientos, técnicas pictóricas, trucos. Yo he imaginado una de sus cartas para entender al pintor tras el fracaso del cuadro El entierro de Cristo (lpodemos ver hasta el  9 de enero del 2022 en la exposición temporal Sorolla, Tormento y Devoción del Museo Sorolla).

Para el mejor entendimiento de este cuadro, lo que queda de él, la Fundación María Cristina Masaveu Peterson y el Museo Sorolla se han unido para organizar la Jornada Tormento y Reflexión, en torno a esta obra que se presentó en la parisina Exposición Nacional de Bellas Artes de 1887, por un veinteañero Joaquín Sorolla (Valencia 1863-Madrid 1923).

Asistiendo a estos actos se pueden ver cuadros de colecciones privadas, de instituciones o fundaciones, que son difíciles de presentar al público. Que fuera una jornada del siglo XIX es una suerte, un lujo que tuve que aprovechar; además con el añadido de que trataban la pintura religiosa, porque en el siglo XIX el impresionismo entraba fuerte y era lo más demandado.

En las conferencias pude conocer a un jovencísimo Sorolla que confiaba en su talento para comerse el mundo. En 1881, 1882 y 1884, fue copista en el Museo del Prado y en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. De lo que sacó la pincelada larga y los colores velazqueños. De Valencia partió para Roma gracias a una beca que recibió de la Diputación Valenciana, después de haber ganado la primera medalla en 1883 por Monja en Oración (la pintura religiosa era muy trabajada para poder competir). También se puede ver en la exposición.

El entierro de Cristo. Tres años, de 1885 a 1887, lo dedicó a este cuadro de grandes proporciones. Leyó libros para documentarse. Estudió bajo la influencia del cuadro Doña Juana la Loca del pintor Francisco Padilla. Innumerables bocetos, estudios preparatorios antes de empezar a pintarlo en su tamaño natural (7 metros x 4 metros).

El presentarlo en la Exposición Nacional de Bellas Artes lo veía como algo mágico porque, para un ambicioso pintor que quisiera vivir exclusivamente de su pintura, la Exposición podía ser un trampolín estupendo. Pensaba triunfar con él y no fue así. Recibió una segunda medalla, de compensación lo consideró y por eso ni fue a recogerla, y además le sumió en un duelo interior porque no entendía el rechazo. Fue su apuesta y fue su tormento, el vórtice del tornado interior que tuvo el artista durante un tiempo y que le llevó a replantearse su carrera. Le enfadó el haberse preparado tanto, documentarse históricamente. No entendía la crítica: «No tiene dibujo», le dijeron.

El cuadro no era una obra conocida por el público. De grandes dimensiones, casi siete metros, ocupa toda una pared de la sala donde se expone actualmente. La manera de instalarlo tiene su porqué. El original tuvo un destino desafortunado porque lo cortaron para poder desplazarlo y sólo se han rescatado 3 fragmentos (que son los que se exponen en el montaje museográfico). Se restauraron previamente y se han colocado, con total coincidencia, encima de una reproducción fotográfica del cuadro original.

Acompañan a este cuadro otros Sorollas no conocidos, con escenas de costumbrismo religioso, muy demandados por la buguesía en el último cuarto del siglo XIX. Que salgan de los peines del almacén llena de entusiasmo a los profesionales que se han coordinado y ramificado en su programación para que los conozcamos.

A Sorolla siempre le he tenido por un pintor de éxito, que vivió de su pintura exclusivamente. Salió de este fracaso, que pudo ser, por otro lado, una suerte para todos. Que no avanzara en esa faceta religiosa, le volcó en la pintura que todos conocemos, el costumbrismo marinero.

Tanto la Fundación María Cristina Masaveu Peterson como el Museo Sorolla te adentran en su mundo de La Albufera, de estudio del movimiento del agua y la luz atravesando las olas, esa sinfonía de blancos y azules; de niños desnudos en la orilla, de bueyes rojos, de un rojo brillante como el limpio cobre, tan grandes, tan gordos y a la vez tan mansos y amorosos; los pescadores uncían los bueyes a la barca y así la arrastraban hasta la playa interior.

Salí de la Jornada y me dio tiempo a pasarme por el Museo. Entro en el bonito patio y me imagino al matrimonio, con sus hijas María y Elena, tomando café, vestidos elegantemente, escuchando la fuente. Un maduro y confiado Sorolla saca el tema de su juventud en Roma. El cuadro que le provocó mucho tormento, de lo que reflexionó bastante y le hizo darse cuenta de su poca devoción.

―¿Queréis que os diga la verdad? Los años no me han apaciguado. Yo no pongo epítetos a lo que hago, sólo sé que hice un buen trabajo y no se entendió. Con el tiempo he quedado en paz con todos, pero por dentro se me revuelven las entrañas.

https://www.youtube.com/watch?v=91Uso-cxTQQ


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