Hay momentos en la vida que son absolutamente imborrables. Ya sea por la época, por la edad que tenemos en ese minuto, por la gente que nos acompaña… Incontables son los motivos a tener en cuenta pero, por la cuestión que se defina, pasan a ser instantáneas grabadas a fuego en nuestras retinas y corazones. Estoy completamente segura que uno de esos segundos, pertenece a películas míticas que pasaran a los anales de la historia. Como acontece con la que hoy nos atañe.
El estreno de la nueva temporada del musical Grease ha sido un evento apoteósico que quedará grabado en la memoria de todos los asistentes. La película musical estadounidense de 1978 ambientada en los años 1950, dirigida por Randal Kleiser y protagonizada por John Travolta y Olivia Newton-John, retoma el escenario para gusto de todo el que quiera deleitarse con ese montaje de la gran pantalla. Ya desde fuera del teatro, el glamour y la elegancia empapaban el acontecimiento. Muchísimas personalidades se dieron cita y no quisieron perderse el tan esperado regreso. En el momento en que las luces se apagaron y la música comenzó a sonar, el público se sumergió en una atmósfera vibrante y llena de energía, fiel reflejo del icónico film que todos recordamos, eso sí, con un nuevo toque renovado y un nivel de talento y energía desmedido, tanto por parte de los intérpretes, como de todo el equipo que les acompañaba.
Un elenco brillante conquistó a todos nada más iniciarse el show. No puedo pasar por alto el absoluto dominio de la danza y la ejecución vocal exquisita del equipo artístico al completo. Las actuaciones han sido simplemente espectaculares. Desde los protagonistas a los swing. Interpretaciones emotivas y carismáticas que hicieron que cada escena cobrara vida.
Sandy, encarnada por la fantástica Mia Lardner, y Danny Zuko, a quien dio vida el estupendo Quique Niza, llenaron el espacio de momentos mágicos, sentimientos a flor de piel y recuerdos entrañables de muchos y muchas de los que allí nos encontrábamos. Las voces se entrelazaban con una armonía que resonaba en cada rincón del teatro. Por supuesto, no puedo dejar de nombrar al resto de personajes y sus interpretaciones que estaban a la altura de soberano momento: Rizzo, por Isabel Pera; Kenickie, de Marc Ribalta; Frenchy, por Sònia Vallverdú; sin dejarnos a Marty, Jan, Patty o Roger, Doody, Sonny y Eugenne, entre otros.
Hay una mención especial que creo que es más que merecida: la de Adrián Lastra en el personaje de Vince Fontaine. Con una lección de magnífica profesionalidad, pudimos ver al actor sobre las tablas acompañado de un elegante bastón, a juego con cada uno de sus vestuarios, a causa de una dolencia en uno de sus pies que, mucho más lejos de la imaginado, para nada intercedió con su perfecta actuación, ovacionada por todos los que allí estuvimos.
Pero lo que realmente presidió el espectáculo fueron las coreografías vertiginosas. Cada número musical fue un derroche de talento y creatividad, con pasos que reflejaban la energía juvenil de los años 50 y la de los propios intérpretes. Los bailarines se movían con una sincronización impecable, haciendo que cada escena fuera un deleite visual. Desde la famosa «Summer Nights» hasta el explosivo «You’re the One That I Want», cada baile dejó al público al borde de sus asientos, aplaudiendo y disfrutando cada momento.
El Teatro Apolo será, por 10 únicas semanas más, el hogar de Grease. No solo es un musical: es una celebración de la juventud, el amor y la amistad, que enamoró al público de entonces y al de ahora. Sin duda, es un espectáculo que merece ser visto y disfrutado una y otra vez.