La insólita historia del cementerio de gorriones de la Plaza Mayor de Madrid

Madrid, esa ciudad de calles que resuenan con historias pasadas y presentes, alberga en su corazón una de las anécdotas más peculiares y menos conocidas: la estatua ecuestre de Felipe III en la Plaza Mayor, un monumento que, por un giro del destino, se convirtió en el inesperado sepulcro de cientos de gorriones. Este episodio, más allá de ser una curiosa nota al pie en los libros de historia, revela la capacidad de la ciudad para guardar secretos en los lugares más visibles.

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Felipe III de España, también conocido como Felipe el Piadoso, reinó desde 1598 hasta su muerte en 1621. Su gobierno se caracterizó por una política de paz y la delegación de la gestión del imperio a sus validos, siendo el más famoso el Duque de Lerma. Esta práctica marcó un cambio significativo respecto a la administración directa que habían practicado sus predecesores. Bajo su reinado, España experimentó un periodo de relativa tranquilidad y estabilidad después de las turbulentas décadas de conflictos militares. Sin embargo, este enfoque también condujo a una menor intervención en los asuntos europeos y a una creciente influencia de los favoritos en la corte, lo que tuvo un impacto mixto en la administración del vasto imperio español. Felipe III también promovió las artes y la cultura, contribuyendo al florecimiento del Siglo de Oro español, aunque su reinado también estuvo marcado por las tensiones religiosas y las expulsiones de los moriscos, lo que tuvo profundas consecuencias socioeconómicas para el reino.

El monumento ecuestre de Felipe III, una imponente obra del manierismo realizada por Juan de Bolonia y Pietro Tacca en 1616, fue originalmente un regalo del Gran Duque de Florencia al monarca español. Su presencia en la Plaza Mayor no es solo un recordatorio de la grandeza pasada, sino también de una insólita tragedia animal que se descubriría de manera dramática​.

Durante siglos, los gorriones, engañados por la inmovilidad de la estatua, veían en la boca entreabierta del caballo un refugio ideal contra las inclemencias del tiempo. Sin embargo, una vez dentro, la estructura interna de la estatua se convertía en su prisión, impidiéndoles encontrar la salida. Este accidente natural transformó el monumento en un inadvertido «cementerio de gorriones»​​.

La historia tomó un giro aún más dramático durante la proclamación de la Segunda República en 1931, cuando, en un acto de desafío contra la monarquía, se atentó contra la estatua colocando un explosivo en la boca del caballo. La explosión no solo dañó la escultura, sino que también expulsó al exterior los restos de cientos de gorriones, revelando así su macabro secreto. Este descubrimiento llevó a que, tras su restauración, se sellara definitivamente la boca del caballo para evitar que la tragedia se repitiera.

Estatua de Felipe III en la Plaza Mayor. Foto: Carlos Delgado

Esta estatua no solo es testimonio de la complejidad de la historia de Madrid y sus transformaciones urbanas y políticas, sino también de las historias menores, casi personales, que en ella se inscriben. La Plaza Mayor, siempre vibrante y llena de vida, guarda en su centro un recordatorio de que, en ocasiones, los monumentos tienen más historias que contar de las que uno podría imaginar​​.

La estatua de Felipe III en la Plaza Mayor de Madrid, más allá de ser un simple monumento, se convierte en una cápsula del tiempo que encapsula historias de poder, arte y, curiosamente, de naturaleza. Es un ejemplo palpable de cómo los rincones más emblemáticos de Madrid siguen revelando historias que desafían nuestra percepción de la ciudad, invitándonos a mirar más de cerca y a descubrir los secretos que cada piedra, cada esquina, guarda en silencio.

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