Relato enviado por Patricia Andrés Sánchez para la convocatoria «Historias de la nueva normalidad».
«Madrid. 2º Fin de semana del Nuevo Año. Filomena me ha dejado en casa». Apunto en la agenda.
A los que nos gusta contar historias nos encontramos con que el año pasado y lo poco que llevamos del nuevo, nos adentran en una vida que nos cuesta reconocer como nuestra realidad al uso.
¿Qué espero de la escritura?
En la Antigua Normalidad, mi objetivo era convertir el mundo en literatura. Contar historias de superación, de ambición personal. Exponer verdades sin cortarme un pelo. Incluso compartir experiencias vitales o ficcionadas, que hablen de cómo afrontar el dolor, los propios miedos o la alegría. Gustar por tener estilo original y fascinante. Poder ser irreverente, poner el dedo en la llaga al hablar de premios literarios, de esta ciudad permanentemente en obras, o de las relaciones humanas.
Mis personajes de novela preferidos siempre han sido los malos ejemplos: son los que están reclamando un relato a gritos. Que lo tengan todo: autoridad, rudeza, inteligencia, carisma, protagonismo arrollador…incluso un pasado turbio.
En un sentido narrativo, el mal es más fecundo que el bien.
También son mi debilidad las personas talentosas que se estrellan en la vida, tocan fondo; ese no poder seguir adelante, no regresar del fin de su mundo es un argumento sobre el que trabajo bastante.
He pasado por querer contar cosas sin tener cosas que contar. Vinieron parones, bloqueos, pérdida de confianza. Llegue a tener la sensación de haberse extraído mi creatividad, y también las emociones.
Pero llegó la Nueva Normalidad con el 2020 y, ahora, estos primeros días del 2021, tiene una acompañante borrascosa llamada Filomena. Han cortocircuitado nuestras estructuras, han trastocado la forma de actuación tradicional. Son mis nuevos protagonistas, desconocidos, villanos, que nos aíslan, que transforman situaciones y condiciones que siempre han sido cotidianas y a los que hay que plantarles cara.
Miro por la ventana para contemplar la verdadera nieve, los verdaderos carámbanos y el verdadero frío, rarezas que no he visto en Madrid, una ocasión que algunos nunca hemos encontrado. Y reconozco que me encantaría estar en la calle, pisar esa capa blanca intacta, friable, escuchar su crujido, como si retorciese una tela de tafetán pero he optado por quedarme en casa y escribir sobre lo que está pasando. Un ejemplo que ha ocurrido hoy, 9 de enero, es que de una postal bucólica de la Gran Vía, vacía y nevada, que a lo largo del día se ha ido llenando de gente paseando, con esquíes, incluso un trineo arrastrado por perros de tiro ha aparecido, pues como decía, al final de la tarde se ha convertido en una batalla campal de bolas de nieve. Más de un transeúnte ha salido herido. Y ha aparecido un grupo de policías corriendo, resbalándose, sin coches porque no podían circular por la vía. A mí, esta escena final me desactiva el desarrollo convencional de nuestro contexto.