La vida sigue

Relato enviado por Paco García para la convocatoria «Historias de la nueva normalidad».

Estoy entre cansado y muy cansado de la Nueva Normalidad, entre cabreado y tremendamente cabreado por la situación que nos acompaña coma una lapa desde hace más de diez meses. Tengo la sensación que cada día me conformo con menos, que me estoy acostumbrando a alegrarme con casi nada; me reconforto el alma apenas con muy pocas y pequeñas cosas. Así me ha pasado hoy, después de la pandemia de nieve, y así lo cuento. 

¿A qué rayo de esperanza me podía agarrar hoy si llevaba dos semanas con todo blanco a mi alrededor? Pasado lo positivo de la tremenda nevada, de jugar con mis hijos y hacer un iglú en la terraza, vinieron los fatigosos trabajos de pala quitando nieve para evitar daños. ¿Dónde se quedó la primera alegría? Cuando se pudo, empecé a salir del pueblo donde vivo —muy cerca de la capital— al pueblo donde trabajo, a apenas 10 minutos en coche, y no veía otra cosa que nieve. Bueno, también hielo, ya cuando el frío atroz lo invadió todo después de la «histórica nevada».

Según iban pasando los días crecía el interés de algunos amigos, que me preguntaban, muy atentos y preocupados, cómo resistirían las siembras con aquello encima durante tantos días y con ese frío tan extremo. ¿Les habrían salido sabañones a los trigos y a las cebadas, sarpullidos histéricos o mala baba, acaso como los humanos? ¿Se quedarían mustias las plantas, enloquecerían de cabreo? Todo eso me decían. No sabía muy bien qué responderles. Siempre podía tirar del refranero, que parecía que con la nieve caída propiciaba los bienes futuros. ¿Pero de quién?, ¿para quién?  

Ya pasé el ecuador de los cincuenta y debería tener la experiencia que se le atribuye a uno que lleva más de cuarenta años labrando el campo; pero mis nuevos miedos, recién adquiridos por la pandemia del Covid, unidos al cansancio que me provoca la novedosa situación —además de la fatalidad que a veces me invade por esta puñetera Nueva Normalidad— me hacían ser pesimista. No terminaba de creer que volviera la vida a crecer, que las pequeñas plantitas volvieran victoriosas una vez más. Sí, sí, pudieron mis cereales con ese pesado manto de nieve y hielo. Se tornaron verdes de nuevo, de repente, como si no hubieran estado ahí nunca de esa guisa, tan bonitos que da gusto verlos. 

La naturaleza nos volvió a dar una lección estos días. Las plantas crecieron hacia abajo, fortaleciendo sus raíces, haciéndose grandes para cuando la necesidad de alimentarse lo requiera. Ya llegará la primavera, que ya tirará de su abono y de su agua —savia eficiente— para ponerse guapa, y después, para parir buenas cosechas y hacer comidas y bebidas ricas para la gente. La naturaleza sigue trabajando para todos nosotros, qué sabia es. No es poca cosa la alegría que nos ha dado. La naturaleza ha vuelto a triunfar y nos devuelve a su normalidad, que esperemos sea pronto como la nuestra: la normalidad de ver pasar las estaciones con sus vientos, sus fríos, sus calores, sus aguas, sus sequías… todo normal, todo previsible. Esa ingente cantidad de nieve me impidió ver mis verdes campos, y desconfié; pero ellos, calladamente, siguieron haciendo, siguieron creciendo, siguieron viviendo… ¡Confiemos! ¡Alegrémonos! Seguimos vivos.