El flamenco es un género musical español que se desarrolló en Andalucía principalmente y que está reconocido como Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO. Incluye cante, baile y música. Hasta aquí la teoría perfecta. Pero… ¿Qué es realmente el flamenco? Es arte, pasión, entrega y calor, ímpetu, efusividad… Se trata de un conjunto de Emociones, como bien y de forma muy acertada, reza el título de este espectáculo.
El Teatro Flamenco de Madrid es el primer teatro dedicado a este género, un espacio donde degustar de forma íntima, profunda y mágica cada quejido, cada zapateado y cada parte de la esencia de ese arte, con la ventaja de ser una sala en la que poder disfrutar de un tentempié o un buen vino mientras disfrutar del show.
Siempre he dicho que, si un actor no genera en su público alguna sensación, sentimiento o emoción, ya sea negativa o positiva, es un actor fracasado, pues bien, en este género creo que pasa absolutamente lo mismo. Dudo mucho que hubiese alguna persona entre el público en la que no se hubiesen empapado esas emociones de las que nos habla el título. El ambiente del teatro se carga de energía y pasión desde el minuto uno. Público entregado aplaudiendo a rabiar, colaborando con sus sonoros “olés”, moviendo los pies al compás de la música o incluso acompañando con palmas a los propios artistas. Eso es mágico. Y si se vive así siendo uno más de los integrantes del público, como no deben vivirlo los protagonistas.
Tuvimos el inmenso privilegio de ver en escena a Aarón Molina y a Cristina Soler, que nos regalaron su voz con un cante que llegaba a lo más profundo, que embriagaba el alma. En la guitarra, un talentosísimo Alejandro Moreno, al que a veces éramos incapaces de ver los dedos de la velocidad con la que era capaz de tocar: sencillamente impresionante. Y aquellos que nos pusieron los pelos de punta, los que nos removieron el alma y nos hicieron cambiar la expresión del rostro, a nosotros y a todos los asistentes, los bailaores de la tarde, los profesionales que esa tarde llenaron el escenario con su arte y su entrega: Mónica Méndez, que entregó todo su talento con el mantón y la preciosa bata de cola, la que movía con tal facilidad que parecía que hubiese nacido con ella; Salomé Ramírez, dominando el espacio como nadie con sus volantes y su pasión; y Fran Vilchez que no necesitaba llevar volantes o un traje hasta los pies para dejarnos a todos con la boca abierta, con su forma de bailar, su expresión y transmitiéndonos todo lo que le recorría el cuerpo.Sin duda la tarde no pudo ser más redonda ni más maravillosa. Además, no me puedo quedar sin añadir unas palabras hacia el personal de la sala: correctos, amables, con una disposición agradabilísima, nos hicieron pasar una velada deliciosa.
Todo en el Teatro Flamenco de Madrid es pura emoción, puro arte y sentimiento y cada día pueden disfrutarse a artistas diferentes sobre las tablas, así que volveremos a seguir descubriendo más de Emociones.