La actriz veía con estos tres defectos a la España que conoció durante 12 años (de 1955 a 1967 aproximadamente). Se vio identificada y se los aplicó a ella misma.
Esos años que dieron tanto para hablar y escribir fue de lo que trató un encuentro con público en la biblioteca Eugenio Trías, la que está dentro de El Parque del Retiro.
Aprovechando que el próximo 24 diciembre se cumplen 100 años de su nacimiento, hicieron un repaso a sus vivencias en Madrid.
Hora y media escuchando a cuatro cinéfilos.
Lo primero a recalcar es que estaban todos los ponentes de acuerdo en su apetito por la vida. Su biografía (1922-1990) fue releída, reconstruida y recreada; esta lectura más actual hacía que parecieran muy duras, bizarras, algunas partes de su historia a otras generaciones.
A los 13 años mascaba el tabaco que sus padres llevaban a casa tras recogerlo en los campos de Carolina del Norte. Tenía un acentazo sureño que tuvo que corregir cuando la presentaron en Hollywood –gracias a la famosa foto de estudio que supieron mover su hermana y su cuñado–; y empezó a leer, guiones sobre todo; hasta entonces sólo había terminado un libro, Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, Margaret Mitchell, 1936).
En la charla había una intención de recuperarla como estrella de cine. Hablaron de una interpretación competente. De su porte y belleza que cuidó y le cuidaron para convertirla en gran estrella. De ser muy profesional en los rodajes: comía con cuidado, no bebía, se presentaba a la hora que la convocaban y con la seguridad que da llevar el guión aprendido. Destacaron que tenía una propensión para interpretar personalidades fracturadas.
Si bien se destacó su extensa filmografía, no se explayaron con todas las películas que rodó. Piropearon a una escultural Ava en Venus era mujer que sin ser su mejor filme tuvo bastante protagonismo por haber encandilado a uno de los oyentes, que además conserva una de las estatuas de la actriz que se hicieron en los talleres de la Universal. Todos de acuerdo en que Mogambo fue su mejor trabajo. Un trío amoroso del que formó parte y no le hizo ganar el Oscar (estaba propuesta pero lo perdió frente a Audrey Hepburn). Aquí aprovecharon para decir que tenía cierta vena cómica por deslenguada pero nunca hizo una comedia. Ya en su madurez aceptó rodar 55 días en Pekín y terminaron con La noche de la Iguana, donde su personalidad con altibajos se reflejaba.
No son sus películas las que te conmueven o remueven por dentro, eso lo encuentras más en su vida personal: el querer liberarse de los controladores estudios, de esos arregladores de vidas y cuerpos que la condicionaban, que miraban por su imagen pública, sin escándalos, sin embarazos inoportunos. Hollywood la hacía sentir como una locomotora que tiraba de un tren grande y pesado de estrellato. Ella necesitaba sacar fuera lo que estaba preso dentro; eso sí, quería las mínimas ataduras pero estando en el grupo de estrellas. No iba a renunciar a ello. Le salió la oportunidad de venir a Europa y llegó, en concreto a la España de los 50, con ilusión, curiosidad y ganas de conocer costumbres. Quería sentirse fuera del foco y tenía que hacerlo.
Ava rodó Pandora y el holandés errante (1954) en Tossa del Mar por ser un plató barato y estupendo.
«¡Coproducciones con Hollywood! ¡Los españoles ponemos el “co” y los americanos la producción!», bromeaban los trabajadores españoles en aquellos rodajes.
Buen tiempo, buena comida y bebida, solvencia económica, guapos actores-toreros que se hicieron fans de su hoyuelo en la barbilla; así, tan ricamente en la Costa Brava, decidió que se quedaba a vivir en España. Primero Barcelona y luego Madrid. A la capital ya habían llegado algunos americanos para trabajar en la base aérea de Torrejón de Ardoz –en este aeropuerto, en 1959, el Régimen franquista interpretó un Bienvenido Mister Eisenhower, donde el amigo americano lo apoyaba en una superproducción de blockbuster que dura 18 horas–.
Por todo esto, la calle Doctor Fleming y alrededores, territorio al que llamaron «Costa Fleming», se llenó de sofisticados apartamentos, pepsis, coca colas y dólares. Cerca de allí, hicieron otra conquista, el bar del Castellana Hilton (ahora es Hotel Intercontinental) donde comenzaban la noche muchas estrellas de cine que se acercaban a rodar a España, a los estudios Bronston. La publicidad de la cosmopolita Ava beneficiaba a España. El Régimen pudo considerarla la Gallina de los huevos de Oro porque ella y sus amigos del cine favorecieron a boîtes, cafeterías y locales de ocio de nombres norteamericanos como Florida Park sirviendo JB y gintonics. De aquel Madrid se dijo que era «la más española de todas las ciudades» y también «la capital del mundo». Si nos ponemos menos literatos pero mucho más descriptivos: «para el que conozca bien Madrid, las noches no se acaban nunca».
Ya asentada (1961) y muy bien integrada en Madrid, mientras buscaba casa, Ava alquiló la suite presidencial 716 del ya mencionado Castellana Hilton; encontró el chalé La Bruja en la Moraleja y luego un dúplex-ático en El Viso. Todo ésto se refleja muy bien en la serie Arde Madrid. Una caricatura excéntrica, bien documentada de fiestas de señoritos que contrataban a peñas gitanas con sus cantantes, bailaores y guitarristas. A una aficionada Ava le encantaba la soleá, la seguiriya y la toná, las tres columnas que sostienen al flamenco; hasta podía distinguir la bulería, el tiento y la malagueña… que la ponían los vellos erizados y dilataban las pupilas. Entendía la esencia del flamenco, las palabras coreografiadas que hacían que su corazón palpitara al compás del tirititrán que le daba a la sangre emociones. La música y el baile sacudían lo más profundo de ella. Carcajadas, más fino de jerez y palmas, muchas palmas acompañando a las guitarras. Anfitriona de muchos saraos, siempre pedía que leyeran una dedicatoria a todos los artistas presentes que terminaba así: «…porque el virus del flamenco no se cura. Larga vida al flamenco».
Los fotógrafos de la farándula la inmortalizaron con una joven y jonda Lola Flores que la invitó al bautizo de su hijo Antonio. Yo soy muy proclive a recrear escenas con diálogos que podían haber sucedido y esta foto se presta a ello.
Ente risas y jorondas, Lola pide al camarero un gin fizz,
―Ya sabe, ginebra, lima, azúcar, soda y clara de huevo, como el que se está tomando la señora Ava.
Después de unos tragos, a la ginebra le siguió un Tío Pepe, Lola recrimina a los periodistas de cuaje filosófico lo que habían escrito de ella,
―¡Anda, que ya os vale! Qué es eso de que Lola, ni baila, ni canta pero no se la pierdan.
A lo que una chisposa Ava contesta:
―Pues de mí dicen que no soy buena actriz pero suficiente ―y guiña un ojo sorbiendo una copita con leche y menta.
La Flores se levantó a demostrar que cantaba bien y bonito, pero que bailaba mejor… poco movimiento pero con un arte monumental que en una baldosa le sobraba sitio.
Luego la fiesta podía seguir en El Corral de la Morería, El Café de Chinitas, El Duende, El Zambra, Los Canasteros, Las brujas, La Venta del Gato, Las Cuevas de Nerja y Torres Bermejas por ejemplo. Tomar la última en Chicote, la capilla sixtina de los cócteles. Lugar para entender la noche, la bohemia y la alta sociedad madrileña desde los años treinta hasta los setenta: delante de la barra de su local, en Gran Vía, 12, se sentaron desde Ernest Hemingway hasta Orson Welles.
Insistieron mucho los ponentes en la capacidad de aguante que tenía la Gardner para la bebida. «Se bebía hasta el agua de los floreros». ¿Beber para vencer la timidez o soledad, una alcohólica social? Pues no, Ava bebía porque le gustaba. Le generaba endorfinas y a disfrutarlo.
Desayunos en San Ginés, con el oripandó (en calé significa la salida del sol). A la salida una gitana le ofreció una ramita de romero y la deseó que «el duende se fije en usted derrochando alegría y que el compás la acompañe».
A los directivos que venían de Hollywood cargados de guiones, los llevaba a tomar un vermú de aperitivo en El Comercial. Y luego seguían con una comida de trabajo en Lhardy: cocido, callos a la madrileña o riñones al jerez, dando ocho vueltas a las americanadas importadas.
A La Plaza de Las Ventas prefería entrar sola. No a todo su entorno le gustaba la tauromaquia y no quería conflictos. De esa plaza siempre salía acompañada por toreros o rejoneadores a quienes les sabía la boca a sangre. Este punto no pasó desapercibido en la conferencia donde también se hizo mención a la caterva de admiradores hombres, amigos y amantes o las dos cosas, que rodearon a Ava. No tantos como dicen…pero sí, le gustaban los hombres. En España encontró chulazos morenos de mucha labia que nada tenían que ver con sus tres maridos. El tercero de ellos fue Frank Sinatra al que le cantó porque le apreciaba Ni contigo ni si tí / tienen mis penas remedio / contigo porque me matas / sin ti porque me muero.
Sus amantes de larga/corta duración la pedían un pellizco para despejar la duda de que estaban con ella. Lo resumía así: «lo tengo y lo entrego, como y cuando yo quiera y lo sienta».
Un amigo escritor le dijo que era El animal más bello del mundo. Frase que no dejó a nadie indiferente. Este amigo escritor tenía tanta devoción por ella que llevaba siempre encima la piedra que sacaron a Ava tras una intervención quirúrgica. Un admirador español escribió de ella que la elegancia está en el esqueleto.
Después de las preguntas del público, ya para terminar, se leyó un fragmento del libro Mi vida con Miss G escrito por Mearene Jordan, su asistente durante años: «Delgada como una caña de bambú, pero con unas curvas evidentes, el pelo recogido en un pañuelo rojo, el rostro ovalado, un hoyuelo en la barbilla, los ojos verdes centelleantes y una sonrisa cálida y maravillosa».
Más material para conocer mejor a la actriz:
· Manuel Vicent ha publicado Ava en la noche (2020, Alfaguara)
· El Ayuntamiento de Madrid editó en 2021 un mapa ilustrado sobre el Madrid de Ava Gardner.
· El documental La noche que no acaba (dirigido por Isaki Lacuesta en 2010).
· Mis inmortales del cine: Hollywood años 50. Terenci Moix.
· Hotel Intercontinenal, Paseo de la Castellana, 49.