Una terapia es una forma de recibir ayuda a un problema e integral significa que comprende todos los aspectos o todas las partes necesarias para estar completo. Por tanto, una terapia integral será aquella que nos brinda auxilio de forma total ante algo que nos perturba. Hasta ahí todo correcto, ¿no? Pero integral también quiere decir que no ha sido desprovista la cáscara del grano, hablando de cuestiones alimenticias. Quizá un poco de cada dan sentido al montaje del que vengo a hablar hoy.
Toni Roca es un panadero que lleva más de diez años impartiendo una serie de cursos de su especialidad un tanto peculiares. Con gran expectación por los mismos, son muchos los deseosos de acudir a estos y desgranarlos ya que, el artesano, no sólo enseña a hacer pan, sino cómo hacerlo bien, cómo ha de estar uno mismo para poder hacer un buen pan. Como reza su lema: el pan somos nosotros. Sólo alguien feliz consigo mismo, en armonía y sin pesares será capaz de desarrollar lo que parece una simple tarea. Agua, harina y sal será la base con la que los 3 nuevos alumnos seleccionados entre la multitud, darán comienzo a su aventura.
Un elenco absolutamente entregado da vida a estos peculiares personajes: en primer lugar, el aclamado Toni Roca, a quien da vida un fabuloso Antonio Molero, que entre sonrisas y una naturalidad que te incrustan a la butaca, se desenvuelve con perfección sobre las tablas, que lleva a los espectadores del escepticismo y la comicidad al silencio absoluto y atención plena. A continuación, sus interesantes alumnos: como Nuria, una cardióloga crispada y desencantada de la vida, gran perfeccionista que busca exactamente eso en el arte panadero, interpretada por Esther Ortega, desgarradora, impetuosa y sencillamente espléndida; Bruno, ese hombre nervioso con mil historias y anécdotas, desarrollado por César Camino, el cual nos sorprendió gratamente por su fantástica puesta en escena, el nivel de energía en su trabajo, sus inmensos cambios emocionales y, por supuesto, sus dosis de humor desternillante; y por último Marta Poveda, con un talento sin igual, divertida, enigmática y con un giro interpretativo abrumador, encarnando a Laura, esa muchacha tímida llena de miedos, cauta y correcta, la dulce chica del coro de góspel.
Cabe mencionar que, un gran actor no es grande del todo si no le acompaña un gran director y, en esta ocasión, felicitamos por el saber hacer de Marc Angelet y Cristina Clemente, autores del texto y batutas a la cabeza en esta aventura.
Talento a raudales el que los espectadores pueden degustar entre las butacas del Teatro Fígaro de Madrid. Risas constantes inundaban el espacio en el que nos encontrábamos. Y… ¿lo mejor? Que aquello que nos entretiene nos alegra el alma, pero si salimos de allí no sólo con eso, sino con un poquito más de conocimiento, con unas dosis de sabiduría y el propio espectáculo nos obliga a parar en la vorágine de la vida, para reflexionar, para analizar… Y nos da enseñanza, algo que meditar y creer… El éxito será absoluto, sin duda.
Incontables ocasiones a la semana hasta el mismo 2 de Abril de este 2023 para acompañar a estos actorazos a amasar ese pan de la vida. El pan somos nosotros, no lo olvidéis.