Cuando el roce no hace el cariño, segunda parte

#HartasDeLaViolenciaContraNosotras

6 relatos por el 25N: Día Internacional para la Eliminación de la Violencia Contra las Mujeres.

Amar sin devorar

Todo empezó por amor. Carmen y Pablo se enamoraron locamente, irracionalmente, salvajemente. Sacrificaron en sus vidas lo que hasta entonces más habían querido: su marido y su casa, ELLA; su mujer, su hijo, su hogar, ÉL.

Ya han pasado cinco años. Separados en la distancia, hoy en día tienen una nueva vida, una nueva casa en una nueva ciudad, y Pablo, un nuevo hijo que cuenta con su padre y su madre.

Todo empezó por amor hasta que un buen día, Pablo llamó a sus padres llorando. Estaba desesperado. Carmen le había echado de casa. ¿Por qué? Por un enfado intrascendente, por una bronca que desembocó en malos tratos. ¿Pablo pegó a Carmen? Imposible. Aquel día nos enteramos que no era la primera vez que Carmen, cada vez que se enfadaba, amenazaba a Pablo con echarle de casa. No era la primera vez que Carmen le pegaba a Pablo sin contemplación. Sí, ella a él.

No puede ser, no puede ser, si Carmen es muy educada, muy dulce, un encanto de mujer. Sí, puede ser, de hecho lo es. Carmen ya no se conformaba con que haya dejado a su mujer, a su hijo y su hogar por ella. Quiere más y más. ¿Qué le queda? Su dignidad. Pues entonces, dámela. Todo, todo, lo quiere todo, hasta su dignidad.

Pablo se dice: «Déjala, abandónala, libérate de ella»; su razón, en cambio, le dice: «Intenta ayudarla, intenta hacerla consciente de lo que está haciendo contigo, que no se puede amar y devorar a la vez, intenta llegar a viejo con ella».

No pudo ser.

Lucía y las zapatillas de ballet manchadas de sangre

La vieron por la calle, dirigiéndose a su apartamento. En una mano una bolsa de papel rebosando flores. En la otra una mesita pequeña, con cenefas vintage, que había encontrado en El Rastro. Iba silbando, contenta. Las flores hacían juego con el lazo que le recogía el pelo. El brazo tatuado se confundía con el dibujo de la mesita. Los ojos maquillados con su rabillo.

Iba sola, caminando con unas bailarinas rosas; le gustaba ese calzado, cómodo, algo infantil que no desentonaba con el resto de la ropa: jeans muy cortos y polo rojo. Ahora se lo podía permitir, había perdido mucho peso. Se veía guapa.

Llegó la noche. Los mismos que la vieron por la mañana no daban crédito. Iba acompañada por el cabrón que la introdujo en las drogas. El rímel corrido, arañazos por el cuello y brazos. Despeinada. De negro riguroso y con las zapatillas de ballet manchadas de sangre en la punta. Se machacó las uñas de los pies dando patadas a una puerta que él había cerrado para poder hablar por teléfono con su amante.

Cabrón sí, pero estaba enamorada de él.

Cortinas, ventanas y puertas abiertas

Enfrente de mi casa, en otro edificio, vive un pintor y su mujer. A esta pareja la encuentro con buena salud, una posición acomodada por lo que se me ocurre que deben encontrar el mundo agradable.

Una mañana, una escena se me queda grabada. No sé el porqué. Me encuentro que bajo la apariencia de un hombre tranquilo, calmado, paciente, aparece el artista con una visión subjetiva apasionada y apasionante.

Tienen un balcón grande dónde saca sus cuadros a secar. En ellos resalta un iluminado cuello femenino, de una mujer que está de espaldas. Lo que me imagino es ver que pinta a su propia mujer, liberando deseos y fantasías que canaliza dibujándola a ella. Se convirtió en un voyeur, que en su misma casa tenía a quien observar, su mujer. Esa cercanía le permitió desarrollar una idea que requería un conocimiento previo, un deseo que no podía ser mostrado de manera explícita: se sugiere más que se muestra.

En los cuadros, la mujer ni limpia, ni cocina, ni prepara el té para nadie. Ella tiene su propio espacio, ocupa su tiempo en algo que no suele mostrar; estas escenas podrían transmitir tranquilidad, pero mi imaginación interviene: o bien, esa mujer, al estar de espaldas, con una pared enfrente de ella, con las  puertas y ventanas cerradas, puede tener una barrera, un acorralamiento, un no hay salida o por el contrario, si suavizo todo lo que estoy contando, me imagino un auténtico enamoramiento: él transforma a la única mujer de su vida en todas las mujeres del mundo.

El artista me abre la puerta, equivocada tal vez, pero no es por error, sino muy conscientemente me lo quiere enseñar. Sus lienzos son, en cierto modo como las ventanas de su casa con las cortinas sin echar.

Acomodadamente conformada, sin su manzana tentadora

Microrrelato que se me ocurrió viendo la final de un concurso de TV.

Ella finge que se lo creey de repente, no lo soporta. La llaman ganadora  y no lo siente así.  Tiene que conformarse con lo que no quiere. Realmente se iría con el hombre que no es su marido. Fue decepcionante descubrir que el gancho del concurso la estaba mintiendo, haciéndola creer algo que no sentía. Se confió. No pensó en nada, vivió el momento. Nunca imaginó que semejante hombre le tocase a ella. Tan bonito de mirar, tan divertido, tan atento. Fue tentador, no pudo resistirse. Comenzó su infidelidad nada más empezar el concurso, en el que se inscribió con su marido, para demostrarse que nada se interpondría en su matrimonio.

Los celos viven arriba (lo que no se ve en la fotografía)

El director pedía más aire. Los ventiladores iban más aprisa y la blanca falda larga subía, como si fuera un paracaídas.

Todos: el equipo de rodaje, más de 20 fotógrafos, policías y el público, miraban. Estaban asistiendo a una sesión de fotos mítica.

―Otra vez, otra vez ―gritaban.

Se hace un silencio. El director y la actriz se miran y lo conceden. La falda vuelve a subírsele muy alto.

Hubo un ruido. Todo se paró. La falda bajó. Un hombre de traje oscuro, que estaba en primera fila, se marchaba desencajado. Era el marido de la actriz, J. Se había ido poniendo nervioso. Los celos le podían. Nadie había reparado en él porque estuvo sonriendo todo el rato, hasta que no pudo soportarlo más. El mundo del cine, con mayúsculas ESPECTÁCULO, es así.

A la actriz no le importó y la falda empezó a subir de nuevo.

La Binoche y su leyenda

Es una mañana de negro y lágrimas. Comienza los preparativos del funeral. Hay una mujer sentada en el banco. Se queda retirada y mira. Al principio hay un cierto disimulo por su parte, pero ya no hace mucho esfuerzo. Se ha confiado.

ELLA, estrella y sobre todo gran actriz. Las gafas oscuras le cubren los ojos. Mira la tristeza ajena que se puede palpar. Juliette sabe lo que tiene que hacer. Se queda sentada en un banco no muy lejano, observando el funeral de una desconocida. Le ayuda para aprender a palpar el dolor en directo. Personas que se encuentran con la soledad. Aprende del silencio, de la ausencia que invade. Se introduce en esa intimidad.

Se entera del funeral dos días antes. No lo hace con frecuencia. Sólo cuando prepara un papel. Sabe que los borda cuando expresa con los ojos los vaivenes del interior. 

***

Comienza el día.Juliette despierta sin necesidad de alarmas. Es domingo, verano y está deseosa de empezar a leer el nuevo guión que le han pasado. Diferente a trabajos anteriores. Es interpretar a una mujer que en algún momento algo falló, una mujer que envejeció antes de tiempo. La vida de Vivien Leigh.

Antes prepara la cafetera, bien llena —la cafeína ayuda a este despeje— y…  todo el día por delante.

Al mediodíaya se ha hecho una idea de su biografía. Lo tuvo todo desde el principio: educación exquisita en distintos colegios europeos que culminó con una puesta de largo. Su llegada al mundo artístico no fue menos glamurosa, hasta convertirse en primera figura.

Se paró cuando el guión llegó a las páginas donde tratan el éxito de Lo que el viento se llevó. Juliette recordó los años que siguieron a su papel de Hanna, la enfermera de El paciente inglés. Tuvo el mundo a sus pies. Hay que vivirlo, no se puede explicar lo que eso supuso. Ellas lo sabían bien: recogiendo sus premios bellas y elegantes. A las dos les llegó el papel de rebote y las dos recogieron el premio como niñas con zapatos nuevos.

Volvió a Vivien. Con su marido Laurence Olivier vinieron los primeros delirios que acabaron con auténticas escenas de demencia. Cuando él la dejó se encontraba amargada y resentida, entró en un callejón sin salida, que la condujo a un fatal final.

Juliette se levanta y mira por la ventana. Ya está anocheciendo. Se ha puesto triste a lo largo del día. Le gusta tener tiempo para asimilar lo leído, para pensar si puede con ese papel, que no le quede grande.

Incorporada en la feria de vanidades, sabe que lo ha hecho bien. Depende de tantas cosas el saber acertar. Su vida ha transcurrido dentro del buen ejemplo y una inmejorable conducta. No hay excesos ni deslices conocidos: llega a los rodajes, saluda, hace su trabajo y se va; así no hay romances inventados.

Sabe que se rumorea lo que hace, que tiene esa vena friki, la visita a funerales de desconocidas, ¿y qué? La ayuda a prepararse y se lo puede permitir.


Cuando el roce no hace el cariño, primera parte

Cuando el roce no hace el cariño, tercera parte